Fuego

Lo que usted está a punto de leer no tendrá el mismo sentido que lo tiene para mí. Hablo de que la subjetividad impregnada en estas colillas de cigarros es profunda. Porque yo soy el que recuerda cómo se fueron las cenizas, y porque yo soy el que decide además, cómo narrarlo.
Es lo mismo que fumar: no espero que lo entienda, pero ojalá que lo disfrute.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Sofi ♡


20 de mayo, cerca de las diez de la noche.
Mi mamá comenzó de la nada a hincharnos en la casa porque quería un bichón maltés. Nos mostró fotos, y yo quedé baboso. Su filosofía, es que si quieres algo en la vida, tienes que mentalizarte imaginando que ya lo tienes. Estuvo dos semanas hablándole al piso. Hasta que esa tarde del 20 de mayo, me avisa por whatsapp que alguien en su trabajo se enteró de que ella quería un maltés y le fue a ofrecer una cachorrita de menos de dos meses… en $150.000.
            Me carga la compra-venta de animales. Lo encuentro horrible. Pero la de la plata era ella, y cuando la vio, me dijo (y cito): “Me enamoré de su carita, tenía que traérmela”. Ese día, después de celebrar el fin de semana largo en su trabajo, llegó bien tarde con la que, por mi decisión, se pasaría a llamar María Sofía Carmela Adelaida Ponce de León y Echeñique. O como le decimos todos en la casa, Sofi (el nombre largo es porque es una princesa de alta alcurnia).
            Con el que estamos más impresionados es con mi papá. Él era un declarado dog-hater. Los otros dos perros que habíamos tenido antes, el Bobby y el Spike, tenían prohibida la entrada a la casa, y su función en el hogar se remitía a ser cuidador. Nada más. Con la Sofi, por el contrario, adoptó el papel de padre atento y amable. Incluso le ha dado por dormir las siestas con ella.

Lentes Blancos


20 de mayo, a la hora del almuerzo.
Tengo un pasado ni-tan-grato con la gente que ocupa lentes blancos. Me parecen hermosos para algunas caras. Estilizan mucho el color de piel y de los ojos.
            Cristian 2 ocupaba lentes blancos. Y, mirando en retrospectiva el repertorio de minos con los que he salido, puedo afirmar sin miedo a equivocarme, que él es uno de los más atractivos, físicamente-hablando. De mi estatura, con barbita, y se vestía excelente. Además, usaba lentes blancos. Fue bien penosa la situación en todo caso. Hubo una parte del contrato de la relación que yo no entendí (mentira, si la entendí, pero soy súper porfiado). Justo esa parte donde decía que éramos sólo amigos (con muchos beneficios). Lo asusté. Y él terminó pensando que, como las minas locas de las teleseries, ando con el vestido en la cartera. Al final me enteré que él me friendzoneaba porque tenía un pinche argentino que lo esperaba en Córdoba… o Bariloche, qué se shó. Recuerdo haber visto 500 days of Summer sólo por haberme enterado de eso.
            Todo esto salió a propósito de que la Paula me comentara que tiene que cambiar lentes, y que está pensando seriamente en comprar unos blancos. Yo creo que le vendrían excelente a su cara.

Zapatillas deportivas


20 de mayo, tipo 2 de la tarde.
Si hay algo que detesto (aunque no tanto como esas chalas/zapatos/sandalias/cosa extraña de plástico con agujeros que se pone en los pies), son las zapatillas deportivas. Y no, no creo que tenga que ver con mi lucha vital contra hacer deporte. Tiene que ver con un tema de estandarización social generado por el no-estilo que te entregan esas zapatillas que yo ocupaba para hacer educación física en segundo básico. Mucho mayor es el no-estilo cuando se combinan con prendas que no tienen nada que ver con deportes (léase: jeans, pantalones de tela, o falda… DE MEZCLILLA). Y ese es el problema de uno de mis profes del proyecto de tesis.
            Él es un tipo intelectualmente intachable. Seco. Estudió en Francia, es doctor en Historia, y además tiene un carácter entrañable. Pero juro que no soporto que llegue a clases o se pasee por la universidad con unos pantalones de terno, y esas zapatillas como para ir a la maratón de Santiago. Puedo entenderlo por un tema de comodidad. Puedo entender que al común de la gente no le preocupe mucho verse mal con tal de sentirse bien. Y sí, quizá soy un nazi de la moda (mentira, tengo menos estilo que la Tigresa del Oriente), pero apelo, ya no a las zapatillas, sino que a los pantalones. Si quiere sentirse cómodo, combínelas con un buzo.

Teñirse


20 de mayo, madrugada.
Cuando estaba en segundo año de U, cumpliendo mi sueño de toda la adolescencia, me teñí el pelo verde. O al menos de ese color quedó, porque yo compré calipso en el Eurocentro. Recuerdo perfectamente que fue todo un hueveo. Mi mamá tenía un poco de decolorante, y como se había hecho bisos hace poco, comenzó a dárselas de peluquera profesionals. Fue la cantidad precisa de blondon, pero no por el tiempo indicado. Mi pelo quedó amarillo mostaza, y como no le quedaba más, tuvimos que teñir así. Calipso+Mostaza= Verde.
            Yo fui el más contento en todo caso. Mi pelo era de mi color favorito. Y aunque requerimos varias sesiones de teñido (el primer día tenía mechones más amarillentos, y otros de un verde agua), cuando se terminó la tintura, el pelo me quedó soñao’. Misión cumplida: me sentía es-tu-pen-da. Comenzaron los apodos: cosmo, cabeza de brócoli, hulk, pelo con moco, etc. Yo me reía no más. Nadie podía negar que mi objetivo estaba logrado.
            Desde hace tiempo que hincho a la gente que tengo cerca con que quiero volver a teñírmelo. Esta vez de azul eso sí. Marino, profundo, oscuro. Mi mamá quedó con traumas post-cagada. Me avisó que no volvería a tocar mi pelo. Si quiero teñirme, tendré que juntar más plata para pagar también una peluquería.