20 de mayo, cerca de las diez de la
noche.
Mi mamá comenzó de la nada a hincharnos en la casa porque
quería un bichón maltés. Nos mostró fotos, y yo quedé baboso. Su filosofía, es
que si quieres algo en la vida, tienes que mentalizarte imaginando que ya lo
tienes. Estuvo dos semanas hablándole al piso. Hasta que esa tarde del 20 de
mayo, me avisa por whatsapp que alguien en su trabajo se enteró de que ella
quería un maltés y le fue a ofrecer una cachorrita de menos de dos meses… en
$150.000.
Me carga
la compra-venta de animales. Lo encuentro horrible. Pero la de la plata era
ella, y cuando la vio, me dijo (y cito): “Me enamoré de su carita, tenía que
traérmela”. Ese día, después de celebrar el fin de semana largo en su trabajo,
llegó bien tarde con la que, por mi decisión, se pasaría a llamar María Sofía
Carmela Adelaida Ponce de León y Echeñique. O como le decimos todos en la casa,
Sofi (el nombre largo es porque es una princesa de alta alcurnia).
Con el
que estamos más impresionados es con mi papá. Él era un declarado dog-hater. Los otros dos perros que
habíamos tenido antes, el Bobby y el Spike, tenían prohibida la entrada a la
casa, y su función en el hogar se remitía a ser cuidador. Nada más. Con la
Sofi, por el contrario, adoptó el papel de padre atento y amable. Incluso le ha
dado por dormir las siestas con ella.



