20 de mayo, madrugada.
Cuando estaba en segundo año de U, cumpliendo mi sueño de
toda la adolescencia, me teñí el pelo verde. O al menos de ese color quedó,
porque yo compré calipso en el Eurocentro. Recuerdo perfectamente que fue todo
un hueveo. Mi mamá tenía un poco de decolorante, y como se había hecho bisos
hace poco, comenzó a dárselas de peluquera profesionals. Fue la cantidad
precisa de blondon, pero no por el tiempo indicado. Mi pelo quedó amarillo mostaza, y como no le quedaba más, tuvimos que teñir así. Calipso+Mostaza=
Verde.
Yo fui
el más contento en todo caso. Mi pelo era de mi color favorito. Y aunque
requerimos varias sesiones de teñido (el primer día tenía mechones más
amarillentos, y otros de un verde agua), cuando se terminó la tintura, el pelo
me quedó soñao’. Misión cumplida: me sentía es-tu-pen-da. Comenzaron los
apodos: cosmo, cabeza de brócoli, hulk, pelo con moco, etc. Yo me reía no más.
Nadie podía negar que mi objetivo estaba logrado.
Desde
hace tiempo que hincho a la gente que tengo cerca con que quiero volver a
teñírmelo. Esta vez de azul eso sí. Marino, profundo, oscuro. Mi mamá quedó con
traumas post-cagada. Me avisó que no volvería a tocar mi pelo. Si quiero
teñirme, tendré que juntar más plata para pagar también una peluquería.

No hay comentarios:
Publicar un comentario