Fuego

Lo que usted está a punto de leer no tendrá el mismo sentido que lo tiene para mí. Hablo de que la subjetividad impregnada en estas colillas de cigarros es profunda. Porque yo soy el que recuerda cómo se fueron las cenizas, y porque yo soy el que decide además, cómo narrarlo.
Es lo mismo que fumar: no espero que lo entienda, pero ojalá que lo disfrute.

martes, 19 de mayo de 2015

Lastarrino y Lucho Jara

19 de mayo, cerca de las 1 de la tarde.
Debe ser una especie de resentimiento, de regret hacia mis padres –uno de esos problemas psicoanalizables que generan feroces traumas de adultez– porque cada vez que veo a un pingüino vestido con el uniforme del Lastarria, me da una envidia que de sana no tiene nada. Quizá es culpa también de que tres veces estuve a-punto-dé con un lastarrino, y nunca lo logré (y una vez fue con una de Las Putas Babilónicas, me sentía súper VIP). Prendí el cigarro y pasó un mini-lastarrino de no más de 7 años y de inmediato me acordé de esa atracción automática que me genera el uniforme. Este niñito claramente no generaba tal cosa en mí –de lo contrario sí que tendría serios problemas psicoanalizables–, pero el sentimiento y los recuerdos de esos tiempos de babosear por lastarrinos volvieron a mi como una cachetada. La Paula me interrumpe cantando una canción del Lucho Jara, y la conversación se desvirtúa. Del lastarrino pasamos a la Myriam Hernández, y el hombre que yo amo sabe que lo amo. La colilla aguantó hasta los comentarios sobre la bonita pareja que harían los dos cantantes. 

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