19 de mayo, después del Seminario de
América
Estudiar Historia no es sencillo. (No, no es una frase
para comenzar a lloriquear). Podría justificar esto con un montón de
comentarios sobre lo difícil que es pensar históricamente; lo complejo que es
saber que muy probablemente no tendré pega de lo que estudié, y todo el
esfuerzo –y tiempo, sobre todo tiempo– que requiere la carrera. Pero creo que
hay una razón que excede a todas esas. Muy a menudo pienso que con tanta
modernidars, y tesnología los hábitos que requieren paciencia –como usar una
tetera, o formar una relación estable– se comienzan a deshacer. Entre estos
hábitos se incluye también el leer. Fuimos formados –y deformados si se quiere–
como seres visuales, y para alguien que creció con más de 4 horas de tv diaria,
sentarse a seguir líneas y líneas de letras no es precisamente un ejercicio
sencillo. Requiere de mucho entrenamiento. Y paciencia.
Uno a
ratos se cansa. Y siente que quiere que toda la carrera se vaya a la mierda.
Porque todo lo que lees no te sirve de nada. Porque todo lo que trabajas no le
interesa a nadie. Porque todo lo que haces –y en lo que pones especial
esfuerzo– no va a tener ni la mitad del reconocimiento que tendrá alguien que
estudió ingeniería, medicina, e incluso derecho. El cigarro lo prendí por eso.
Buscando la evasión mía y de la Paz, de un mal día de Licenciatura en Historia.
A ratos parece que las cenizas se llevaran el cansancio.

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